Las nuevas generaciones y las no tanto han decidido que el lenguaje políticamente correcto es democrático. Se cree, falsamente, que el respeto a la diferencia consiste en censurar palabras acusadas de sexistas, xenófobas, racistas. Maricón, puta, indio, negro, cabrón, marimacho, entre otras, son llevadas al cadalso. En España, la exclamación popular ¡me cago en Dios! es perseguida sin piedad. No es la única, unir santos y cojones, Cristo y clavos, vírgenes y putas, para colectivos católicos constituye una blasfemia. La justicia del siglo XXI redita los tribunales de la Inquisición. Jueces le dan la razón, sólo queda rescatar tormentos como verter plomo ardiendo en la garganta, reinventar el potro o la doncella de hierro. A esta cruzada contra el lenguaje se unen colectivos cuya labor se centra en borrar del diccionario términos que, a su juicio, causan discriminación lingüística. Ejemplo: el debate para sustituir mariconez de una canción del extinto grupo Mecano. La concursante televisiva, irrelevante por su voz, salta a la fama, negándose a pronunciarla; la tilda de insulto para gays, transexuales, homosexuales y lesbianas. El público del plató aplaude e insulta a la ex vocalista de Mecano, Ana Torroja, por no aceptar su cambio a gilipollez o estupidez. Algo similar ocurre, desde hace tiempo, con diálogos en operas, zarzuelas, cuentos, incluso fabulas. No diga negro, decántese por afroamericano. Elimine homosexual y aplique el correcto, gay; mejor invidente que ciego.
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