México es hoy un país de fantasía, tanto que ni a Disney se le hubiera ocurrido inventarlo. Bastó la varita mágica del presidente electo y, sin necesidad, el mandato ciudadano que le dimos el primero de julio se convirtió de pronto, como el duende Sifo del cuento (“Sifo, safo tifo hazme tan chiquito como Sifo”), en 0.8 por ciento de los ciudadanos.
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