En los años 20, Carl Schmitt publicó El concepto de lo político, un ensayo que no sólo ha resistido la prueba del tiempo, sino que devino, en las pasadas tres décadas, una suerte de clásico del pensamiento contemporáneo. Se trata de una visión conservadora sobre la conflictualidad social inspirada, en gran medida, en los filósofos católicos españoles del siglo XIX, en particular, en la obra de Juan Donoso Cortés. La tesis central del ensayo es histórica y heurística a la vez. Dice así: la esfera de lo político se caracteriza porque la relación entre sus agentes se establece, en última instancia, como un conflicto entre amigo y enemigo. Schmitt no se refiere aquí al “enemigo externo”, tan antiguo como la polis griega, sino a esa figura que surgió desde la revolución inglesa en el siglo XVII y que cobró su apoteosis en la Revolución francesa: el “enemigo interno”. Así como Luis XVI acabaría bajo un juicio sumario acusado de ser un “enemigo de la revolución”, el mismo paradigma se extendería a lo largo del siglo XIX y la mayor parte del XX ahí donde emergerían formas modernas de legitimación. Suena sencillo, pero es bastante laborioso de refutar.
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