Hay muertes que cuando ocurren se llevan pedazos del alma, más cuando el fin llega sin avisar, llevándose a quien menos se esperaba. Son partidas que se lamentan no sólo por la pérdida, que de por sí ya es grave, sino también porque los muertos estaban en plena producción de pensamientos frescos y se esperaba que lo siguieran haciendo para bien de todos. Es el caso de dos maestros que acaban de emprender el camino hacia otras dimensiones: Francisco Pineda Gómez y Guillermo Almeyra Casares, dos maestros a los que mucho debo en mi formación profesional. Dos personas muy distintas en varios sentidos: el primero, más cercano a los pueblos indígenas, mientras el segundo se formó en las lides partidistas y sindicales; uno abierto a las nuevas corrientes del pensamiento mientras el otro se adscribía a el trotskismo, desde donde dio sentido a sus luchas.
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