Además de los efectos desbastadores propios de su naturaleza, las crisis también desatan las más bajas pasiones humanas. La pandemia de coronavirus que en estos tiempos padece el mundo no es la excepción. El avance científico no ha servido para potenciar los sentimientos de convivencia entre hermanos, sino para desatar la avaricia a costa incluso de la vida humana. Cual modernos piratas, los países poderosos se apropian los implementos destinados a otros con menos poder que ellos, dejándolos desprotegidos y a su suerte. En el ámbito nacional los empresarios exigen programas económicos para salvar sus empresas, sin siquiera lanzar un gesto humanitario para salvar vidas en peligro. Los políticos regionales y locales no se quedan atrás, los apoyos que ofrecen a los potenciales votantes, los realizan como dádivas de personas de buena voluntad, imprimiendo su imagen o su nombre en los productos que reparten, para que los beneficiarios los recuerden cuando llegue el momento de cobrar el apoyo. Hay excepciones, pero sólo sirven para confirmar la “normalidad” tan anormal.
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