Cuando irrumpió el Covid-19, hacía ya un tiempo que el mundo estaba sumergido en la posverdad y las noticias falsas ( fake news). La desinformación (la contaminación de la información con contenidos falsos que aparecen como “verdaderos” y son fabricados para manipular las emociones e impactar en la “opinión pública” de manera intencional, deliberada y planificada) no es, tampoco, un invento de Donald Trump y la banda de gánsters sociópatas (Noam Chomsky dixit) que le rodea en la Casa Blanca. Lo que ocurrió, con Trump, en plena era digital, fue una proliferación de noticias tóxicas, xenófobas y supremacistas, con sus discursos de odio, bots e hipótesis conspiracionistas, desplegada por la maquinaria mediática de su administración con fines electorales.
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