Cuando a comienzos del siglo veinte uno de tantos volcanes de Guatemala entró en erupción, el dictador Manuel Estrada Cabrera mandó desde su encierro en el palacio presidencial a leer por las calles un decreto, donde se establecía la falsedad de la supuesta erupción, fruto mentiroso de una conspiración política para desestabilizar el país, dañar la economía y atrasar el progreso. La mentira oficial pretendía, así, sustituir a la realidad.
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