En Internet circulan una serie de exámenes escolares en que niños de primaria dan las respuestas más inesperadas. Una de ellas dice así: “¿Qué es la democracia?” Respuesta: “Sólo Dios lo sabe”. Y cierto, visto en detalle, el concepto de democracia parece acercarse cada día más a esa fatalidad anunciada por Kant sobre los límites del conocimiento: mientras más creemos que estamos cerca de captar un fenómeno, la “cosa en sí” que lo constituye se aleja con mayor velocidad de nosotros. Si Putín en Rusia, Trump en Estados Unidos y Lenin Moreno en Ecuador definen su manera de hacer política como “democrática”, la idea actual de la democracia y de los discursos que se adoptan en su nombre resultan, al menos, conspicuos.
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