Muchos dirigentes políticos se atribuyen su legado. Otros tantos dicen encontrar en sus principios un referente. Pocos son consecuentes con su pensamiento y su acción política. Nació un 26 de junio de 1908, se cumplen 112 años de su natalicio. Cuatro veces candidato a presidente de Chile, la última en 1970, lo llevó a la presidencia. El 4 de septiembre, la Unidad Popular vence sobre una derecha dividida. La campaña, como las anteriores, desde 1952, centraba su atención en la guerra sicológica y el anticomunismo. Allende estaba curtido y la izquierda chilena llevaba décadas sufriendo el embate de la plutocracia y el imperialismo estadunidense. Salvador Allende era el blanco de los ataques. Con un gran sentido del humor, había señalado cuál debía ser el epitafio en su lápida: “Aquí yace el Dr. Salvador Allende, futuro Presidente de Chile”. De militancia socialista, declarado marxista y masón, su coherencia lo llevó a renunciar a la Orden en 1965. Los motivos: “si la Orden no lucha contra quienes disfrutan de las ventajas de un status quo insostenible por antihumano y antisocial, será incapaz de librar las batallas contra la oligarquía, el feudalismo agrario, la concentración financiera monopólica; el colonialismo, el neocolonialismo y el imperialismo, y el oscurantismo religioso y dogmático... Una Orden que no reacciona para procurar que no se vulneren la soberanía y la libre determinación de los pueblos, es algo sin vida. Una Orden que nada dice cuando se invaden y masacran a los pueblos porque un país se reserva el derecho de determinar, por sí y por su poderío armado, cuál es el sistema político y económico que considera aceptable, es una institución que no vela por la libertad, ni por la igualdad ni por la fraternidad”.
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