Hasta la década de los años 60, la mayor parte de la historiografía estadunidense consignaba a la devastación emprendida por los colonos europeos y el ejército federal contra las naciones originarias que poblaban ese territorio desde siglos atrás, como parte inevitable de la marcha del progreso, el desarrollo de una nueva civilización –la occidental– y la conformación de la nación. Veinte años de detallada labor historiográfica, de protestas en contra del embalsamiento de figuras emblemáticas de los sioux y los apaches en los museos de historia natural y de luchas por la restitución de los territorios despojados trajeron consigo un nuevo mapa del pasado estadunidense.
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