Guadalupe (no su nombre real), 20 años, fue integrante del grupo de estudiantes de primer ingreso con el que trabajé como profesor hace poco tiempo, tres horas diarias, leyendo, discutiendo textos, investigando en equipos. Con otras jóvenes de su estado de origen hizo un prolijo trabajo sobre la problemática de género en la UAM. Pero, a pesar de que ella había logrado ser admitida a una de las carreras más demandadas (Estomatología, versión mejorada de la Odontología) cuando vino la pandemia (y las políticas para hacerle frente) de inmediato quedó marcada como candidata a la exclusión, por su origen y género. Ella vino a la UAM desde una población pobre y pequeña (350 habitantes) del estado de Guerrero, con problemas de comunicación y que sólo ahora cuenta con una antena de Internet (para todos) con sólo una hora de acceso por persona. Comprensiblemente tuvo dificultades el pasado trimestre (y no aprobó) y, por no haber atendido o siquiera sabido a tiempo de los avisos (en Internet y correo electrónico), de la ampliación del plazo, no hizo el pago correspondiente y por eso no quedó inscrita en el trimestre que comienza pasado mañana, el lunes. Ella se puso en contacto conmigo pero sus gestiones y las mías (comprensiblemente) no prosperaron, a pesar de los pronunciamientos del rector general de que había que ser flexibles.
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