Decíamos en la columna del 17 de mayo que “Habituada al agravio en todas sus formas, la sociedad mexicana en su indiferencia asume que errores, fallas, descomposturas y pifias son parte de un destino merecido tras la imposición brutal de deidades y lenguas, al grado de parecernos sinónimos incidente, tragedia, accidente o desastre”. Habría que añadir que en esa confusión idiomática algunos suponen que ofrecer una disculpa o pedir perdón equivale a expresar sinceras condolencias o un maduro pésame, cuando nada tiene que ver una cosa con otra.
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