Ocurrió en 2002. Con 13 años y una precoz vocación religiosa, Leonardo Araujo se encontró con la peor cara de la Iglesia: la pederastia y el abuso sexual en su natal Mérida, Venezuela. Su victimario, Juan Huerta Ibarra, un clérigo mexicano que entonces oficiaba en esa nación y aún continúa haciéndolo libremente en México, al amparo de la protección eclesiástica. Un cobijo que, espera, concluya pronto.
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