Es domingo tarde/noche. Sigo empecinado en darle fin a la columneta. Cada vez que el teléfono suena me aterro. Seguramente es la señora Valadez quien, con singular amabilidad pero inflexibilidad inapelable, me conmina: o en cinco minutos llega la columneta, o confórmese con un párrafo en El Correo Ilustrado.
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