Vienen de distintos continentes, de culturas diversas. Unas son de Senegal, Túnez, Mauritania. Otras de Honduras, El Salvador, Guatemala, Nicaragua. No comparten ni lengua ni cultura ni religión. Pero sí una historia común: sus hijos migraron en el hemisferio norte, forzados por la violencia y la miseria, y desaparecieron en el camino. Hoy, en México, se encontraron, se miraron a los ojos y empezaron a dialogar.
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