El 1º de septiembre el presidente Andrés Manuel López Obrador pronunció su mensaje político en Palacio Nacional ante 500 invitados integrantes de la clase política y el empresariado, así como su gabinete legal y ampliado. En los días previos, leímos los análisis de diversos medios, todos con temas que ya son lugar común, como el que el Presidente mantiene altos índices de popularidad, en general a su pesar y con una carga de cierta frustración al no ver reflejada su visión y pronósticos en el sentir de la gente común, que por lo demás no necesariamente lo siguen. Desconozco si en las “benditas redes sociales” se reflejó algún balance crítico. Constaté que en la cadena de aciertos y errores que suelen anotarse respecto al actual gobierno está ausente la más mínima consideración sobre los pueblos indígenas. No entra en su visión la preocupación sobre el impacto de lo que se haga o no respecto a ellos, si acaso se han ocupado de cuestionar al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Esa realidad, con evidente carga racista, no me sorprende, simplemente en estos tiempos de la Cuarta Transformación, nos pone a salvo de que nos acusen de que favorecemos a la derecha, o de amlófobos a quienes mantenemos la convicción de que los pueblos indígenas, su libre determinación y sus territorios deben respetarse y nos ocupamos de respaldar la resistencia de estos pueblos ante los megaproyectos neoliberales con que los amenaza hoy día el nuevo gobierno bajo el lema de la prioridad del mal llamado progreso.
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