“¡Qué brutos!”, exclama Olivia Palmares, la maestra de quinto grado de la escuela primaria “Nguyen Van Troi”, de La Habana. No diría algo así de sus alumnos, que son ante sus ojos los más inteligentes y bien portados de la ciudad, sino del gobierno de Estados Unidos. Viaja en un auto estatal que se ha detenido al pie de un semáforo y, antes de que ella pida el aventón para regresar a su casa después de las clases, le ha ofrecido llevarla.
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