En su espléndida columna de los jueves, el poeta David Huerta suele ilustrarnos sobre los libros y autores que frecuenta o ha dejado de hacerlo, cuando no sobre la realidad y sus mutaciones que lo llevan, nos llevan, a cambiar de latitud y altura para descubrir a un Alfonso Reyes puertorriqueño o al propio David con poncho quiteño o chicha peruana. Tales son, pues, las licencias que sólo el poeta puede darse y disfrutar. A nosotros, simples terrícolas sin territorio ni hábitat, sólo nos queda gozar de su lectura.
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