El agente corruptor del sistema partidista y electoral de México (como de muchos países) es el dinero. En 1977, con la reforma electoral impulsada por Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación del entonces presidente José López Portillo, se abrió la puerta de los recursos económicos para que los opositores que entraran al juego institucional, con lo cual se les concentró en la pelea por el reparto de rebanadas del pastel presupuestal y de los cargos de representación proporcional, a la par que se consolidaba la premisa del dinero, conseguido como fuera, utilizado con el mayor exceso posible, para poder aspirar al triunfo electoral.
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