Entrarle a la extendida y hasta nada sorprendente corrupción sistémica de las élites nacionales pasadas es embarcarse en un proceso desgastante, casi inacabable. Bien decía el Presidente que prefería mirar hacia delante. Pero ello no podía, ni puede, interpretarse como terminal olvido: equivaldría a robustecer la tradicional y conocida impunidad. Pero emplear la siempre escasa energía en pleitear con el terrible pasado, cuando se tienen ambiciones transformadoras, sería fallida priorización de propósitos. Se requiere conjugar una serie de principios y objetivos como olvido, perdón, legalidad o justicia. Motivos de gobierno y trabajos institucionales que, en repetidas experiencias se han tornado conflictivos y hasta excluyentes.
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