México, el país epítome del desequilibrio regional y la desigualdad social que observó el explorador Alexander Humboldt a principios del siglo XIX, no ha cambiado sustancialmente. Más propiamente, mejoró sus indicadores globales, pero las asimetrías, lejos de diluirse, se profundizaron. La apuesta no puede ser ahora agudizar esas diferencias en los ritmos del desarrollo.
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