Acostumbrado a responder ataques, con energía y opositora vehemencia, el ahora Presidente no puede despojarse de sus reflejos de antaño que mucho lo distinguieron. Fueron largos, difíciles años de trajinar sin descanso entre penurias, pleitos y desafuero. Muchos de los hoy firmantes, alertando del riesgo que corre la libertad de expresión, formaban gruesas filas, como aguerridos militantes, en rudo combate, para abogar por la continuidad del injusto modelo concentrador. Con desplantes, plagados de epítetos, rebasaban opiniones ante la persona (peligro para México) del candidato y se mofaban de su programa alternativo. Iban mucho más allá de certeras, dignas, agradecidas posturas críticas y se instalaban en plena contienda por conveniencias y, amafiados, acudían en tropel a la reyerta. El insulto y el ninguneo –mesías tropical– pastoreaba con frecuencia arrebatada, ¡acuérdense! Cuántos se burlaron ante lo que apreciaban, sin limitar riendas, de planes y programas juzgados irrealizables, apoyados en mentiras flagrantes, usando sin pudor falsos testimonios hasta de su forma adusta y honesta de vida. Años después y ahora siendo el jefe del Ejecutivo con la mayor legitimidad cierta, le piden, exigen, condenan y hasta amenazan para que cambie sus reflejos que tanto ayudaron a delinear.
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