Ya comenzado 2021, el segundo año de la pandemia, se produjo una rara vez vista manifestación de esperanza universalmente compartida. La suscitó la certeza de que pronto se dispondría de vacunas efectivas y suficientes para ganar la carrera al virus e iniciar la disminución sostenida en el total mundial de contagios y decesos, tras 10 u 11 meses de expansión acelerada, punteada por altibajos. No pocos consideraron “milagroso” –en alguno de los sentidos de la palabra– que esto ocurriese dentro del mismo año en que todo se había iniciado, cuando la experiencia histórica muestra que suelen transcurrir años o quinquenios entre el surgimiento de una dolencia y la disponibilidad de preventivos y antídotos. Esta explosión de esperanza –similar a las despertadas por el fin de las grandes conflagraciones bélicas– ocultó la fragilidad de varios de sus supuestos.
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