El tono épico que a sus formulaciones electorales e ideológicas han impreso con acelere las dos partes centrales (obradorismo y antiobradorismo, en simplificación ostensible) no es suficiente para encubrir las desviaciones y riesgos de la magna pero parcialmente resolutoria disputa de junio del año en curso, una fecha en la cual, a como se ven las cosas en este arranque de visos crecientes, la construcción de un nuevo poder público, de una nueva forma de representación popular, no quedará servida por los mejores propósitos y resultados: desde ahora se percibe el asalto a las listas electorales de ambos bandos (sobre todo de candidatos a gobiernos estatales) de personajes e intereses que no podrán establecer nuevos parámetros políticos y de ética política, sino la continuidad de visiones y conductas propias de lo peor del sistema político vigente.
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