Por más que tratemos de olvidar a la economía y sus veleidades, cargadas de ominosos mensajes, no es posible. La economía, máquina diabólica, pero cargada siempre de promesas, llena todos nuestros espacios de vida y comunicación; somos una sociedad económica en la que se compran y se venden toda clase de bienes, hasta nuestras propias capacidades resumidas en el vocablo trabajo asalariado. Asumirnos como parte de dicha maquinaria obliga a preguntar(nos) cómo modular sus despropósitos y defendernos de su cadena de tentaciones cuyo eslabón primario es la de ser todos actores maximizadores y racionales.
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