El desencanto actual con la democracia y, más específicamente, con la democracia representativa, es materia cotidiana de análisis, reflexiones y desahogos de muy variados signos. Fuimos testigos de ello en las elecciones pasadas en las que, junto con la abstención (no tanta como se pensaba) propia de los comicios legislativos, hubo serias expresiones de rechazo al ejercicio del voto, más allá de las muestras de resistencia pasiva (y algunas no tanto) promovidas por algunos círculos beligerantes en rechazo a la mal llamada “clase política” y a las instituciones, lo cual habría introducido un elemento de indiscutible gravedad en un contexto de riesgos inocultable. Al final, vale decirlo, la razón se impuso, aunque los resultados obtenidos dan cuenta de la crisis que amenaza a los sujetos privilegiados del sistema, los grandes partidos. Sin embargo, la contienda dejó en la penumbra el que debía ser su principal propósito: no hubo una deliberación sobre el país capaz de orientar el futuro inmediato y ese lastre se dejará sentir, me temo, en la calidad de la vida pública de aquí en adelante. Sobre la complejidad de los problemas se proyectaron las más mezquinas pretensiones de poder como si se tratara de negar, justamente, que los partidos son entidades de interés público. Se demuestra así, incluso cuando el ejercicio sale bien, que la democracia tiene problemas y que éstos no son cualquier cosa.
De La Jornada: Política http://ift.tt/1RC03tJ
No hay comentarios:
Publicar un comentario