¡Colgado de la brocha! o, ¿de qué otra manera más descriptiva podría comunicar a ustedes cómo me siento al comenzar a redactar? La columneta, dentro de sus modestos alcances y posibilidades, hace su tarea de recolección de información, la clasifica, pondera y somete al análisis de un selecto grupo de think tanks (léase la reunión de cuates para libación e intercambio de rumores, sospechosismos, datos tan duros que ni don Arnold Schwarzenegger los podría desmenuzar, imágenes fotoshopeadas, correos electrónicos y mensajes de WhatsApp ideados por mentes tan increíblemente complejas y alucinadas como las de la ideóloga multipartidista señora Lagunes de Pacchiano o (toda proporción guardada), de doña Agatha Christie. Luego la columneta se redacta en busca de un modesto 7.5 por ciento de aprobación de la multitud. Pero eso, si no se interpone el Supremo INE (supremo, si no existiera el dialéctico Tribunal Federal Electoral que, con una permanente antítesis en la mano lo enfrenta a tiro por viaje y, ¡ah, cómo viajan!)
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