Manifiesto, de entrada, que encontré acertados el tono y la tonada –como suele decirse– de la misiva de Andrés Manuel López Obrador a Donald Trump, entregada el 13 de junio a su secretario de Estado y divulgada en México días después. Qué bueno que se evitó el acartonado lenguaje de las notas diplomáticas y se formuló un escrito comprensible para todo mundo. Señalo, también de una vez, que me parece muy infortunado haber sugerido, en el último párrafo, un paralelismo entre remitente y destinatario: a diferencia del primero, Trump no desplazó establishment alguno; instaló, sin apoyo de la mayoría de los votantes, un estilo personalista, un crony government –gobierno de favoritos– ajeno a la tradición estadunidense. La misiva es un excelente planteamiento de conjunto de la más importante relación bilateral externa de México –la prueba de ácido de nuestra política exterior– que delimita y aborda cinco ámbitos esenciales y, al hacerlo, propone prioridades y secuencias. Contrasta así con la práctica de concentrarse en un solo aspecto, sea el comercio o el narcotráfico o la migración, en demérito de los demás. Ofrece una visión equilibrada, ordenada y coherente. Hacía mucha falta.
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