Tengo días intentando escribir esta columneta. La empiezo y luego de unos cuantos renglones la leo y me desespero, me enfurezco: no logro definir qué quiero decir ni cómo hacerlo. Me he propuesto escribir la crónica de las recientes campañas electorales y mencionar los increíbles gafes, errores, irresponsabilidades, obcecaciones, limitaciones, excesos y carencias de los candidatos y sus inconmensurables ridículos, el primero de los cuales –adelanto– fue la equívoca cuantificación de beneficios que les representaba la suma de la fauna más desacreditada de la llamada clase política ¿Puede una persona sencilla, un ciudadano medianamente informado, sin militancia formal en partido alguno pero con referencias sobre quiénes han sido Javier Lozano, Manuel de Jesús Espino, Jorge Castañeda, Xóchitl Gálvez, Purificación Carpinteyro, Gabriela Cuevas, Germán Martínez, Carlos Alazraki, Alejandra Sota o Agustín Basave, sentirse motivado para afiliarse a un partido o comprometerse con una candidatura a la que éstos se incorporaron descarada, cínica y convenencieramente al 15 para las 12?
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