Hace 50 años en los corredores del portal Morelos y la presidencia municipal de Tlapa decenas de indígenas pasaban la noche para guarecerse de la lluvia y descansar tras largas jornadas de camino por los senderos de la Montaña. Eran los dormitorios de los pobres, el lugar más céntrico para tender sus productos sobre el lecho del río Jale. Bien nos recuerda el antropólogo Maurilio Muñoz, cómo los mixtecos y tlapanecos bajaban de la Montaña con sus tecolpetes cargados de frutas, como plátano pasado, granadillas y hasta carbón, padeciendo el maltrato de los comerciantes mestizos. Por su parte, Daniéle Dehouve nos relata la forma de cómo algunos acaparadores se iban a las entradas de Tlapa para arrebatarles los guajolotes y gallinas a los indígenas, pagándoles (cuando bien les iba) una bicoca. Los grabados magistrales plasmados en el libro La mixteca, nahua, tlapaneca, muestran las imágenes taciturnas de los indígenas pobres de la Montaña. Hombres enjutos que además de cargar siglos de discriminación, han sido víctimas por décadas, padeciendo el flagelo de los caciques y patrones. Sufriendo la represión de los militares, los malos tratos y las torturas de los policías judiciales. Era un espectáculo para los comerciantes ricos ver cómo bajaban a los indígenas amarrados de pies, manos y cuello; con sus ropas raídas sus pies sangrantes llenos de lodo. Traían los rastros funestos de la tortura, temblaban de miedo y de dolor; sus ojos mostraban la brutalidad de la golpiza y sus cotones manchados de sangre, eran las huellas de como habían sido arrastrados para sacarlos de sus chozas.
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