La historia, todavía en ciernes, ha empezado a registrar una cualidad básica de la presente administración federal: la honestidad. Es, esta cualidad, un trasfondo de extendidas impresiones y certezas ya manejadas entre buena cantidad de ciudadanos. Certezas que se han generado por el accionar y la actitud de los funcionarios integrantes del círculo que toma las decisiones de alto nivel. Dicho calificativo va marcando, también, la hondura y la eficacia de su funcionamiento. Tan apreciada característica, desafortunadamente, no se hace, al menos por ahora, extensiva a todo el rango burocrático inferior. Algunos, sin duda y por el rumbo contrario, cederán a la tentación –alegada como muy humana– de meter la mano en lugares indebidos. Pero, sólo con el anterior rasgo distintivo de la élite enunciado, muchas cosas cambiarán para bien en el gobierno. ¿Qué tanto cundirá el ejemplo entre los demás rangos? No es posible afirmarlo, por ahora. Se espera que sea, al menos por contagio, una pulsión de cambio que trastoque la decadente cultura burocrática aún dominante. Esperanza a la que habría de añadir la voluntad superior de implantar un conjunto de normas y mecanismos que, andando el sexenio, vayan tomando cuerpo dentro de las actuales o nuevas instituciones.
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