Un bicho microscópico que se destruye fácilmente en unos segundos con jabón, tiene paralizada a la mayor parte de la humanidad. Esta tragedia inacabable no es producto de una condena de la naturaleza, sino de la estupidez intrínseca de las relaciones capitalistas que rigen la existencia. Por su mandato, los humanos no pueden simplemente producir los bienes que resuelvan sus necesidades: la prevención frente a la enfermedad, o los instrumentos y medicamentos para atender a todos, por ejemplo. No, prevención, instrumentos y medicamentos son producidos si, y sólo si, permiten a unos pocos individuos acaparar ganancias dinerarias sin solución de continuidad, en este caso a costa de la salud de todos, y al precio de la muerte para cientos de miles.
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