La creencia derivada de experiencias numerosas, de que el poder absoluto tiende naturalmente al abuso y se desliza hacia la arbitrariedad y el despotismo, ha hecho que los hombres más inquietos y preocupados de todos los tiempos le hayan buscado límites y repartirlo en diversas autoridades, con facultades diferentes. Aristóteles en La política plantea ya que el Poder Ejecutivo sea distinto al que se ocupa de elaborar leyes; Montesquieu es el clásico más conocido de este tópico; en El espíritu de las leyes propone que sean tres los poderes entre los que se divida el ejercicio de la soberanía.
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