Una renuncia, ya quedamos, es la decisión que toma una persona (o varias), de abandonar un cargo, honor, responsabilidad, jerarquía, dignidad, distinción, mando o simplemente un empleo de bedel, ujier, pilmama o guarura. (Ahora, muy escasos en estos últimos tiempos porque ya no son con cargo al presupuesto). Además, ya en la modernidad aquellos eficaces ejecutivos (porque se ejecutaban a quien fuera necesario sin mayores y engorrosos trámites legales y administrativos) han casi desaparecido. ¿Recuerdan ustedes la inconfundible especie de personajes cuya tez era de morenito guadalupano, a barniz cargado? La mayoría corpulentos, anunciadores de la obesidad imperante en nuestros días y peinados a la moda militar gringa: la brush. Eran guardaespaldas autóctonos, de muchas de nuestras entidades. A veces idénticos a sus patrones, los gobernadores. Los descendientes ahora están desempleados y tomando cursos, no sólo de idiomas, sino de computación e ingeniería de sistemas. Son los asesores en seguridad, privacidad, intimidad y, sobre todo, de secrecía conyugal. Se les llama bodyguards. Los cibernéticos de la modernidad, ahora tienen que ser, al menos, bilingües).
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