Parece que el desplome de la pederastia clerical no tiene fin. Nuevas revelaciones se suceden y más escándalos se suman a la interminable ruina eclesiástica. Desde hace décadas la Iglesia católica está en jaque ante el alud de evidencias incriminatorias. Virtualmente no existe diócesis, a escala mundial, en la cual algún ministro de culto no haya cometido actos sexuales repulsivos contra menores. Lesionando a niños, los integrantes más vulnerables de la sociedad. Puestos bajo el cuidado del cura por la confianza de los padres. Dicha confianza no sólo se perdió, sino que, ahora, se pone en cuestión la santidad del sacerdocio. Pareciera ahora que es un oficio quebrado. Es cierto que la pederastia es un fenómeno que había permanecido opaco en la sociedad y los escándalos de la Iglesia han permitido ponderarla en la agenda social con mayor agudeza. Una primera constatación, mientras fuera de la Iglesia la mayoría de las víctimas son mujeres, dentro de la Iglesia sucede lo contrario.
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