En mayo de 1998, Ernesto Mangas, investigador de la Universidad Autónoma de Puebla, me hizo llegar su trabajo en el cual mostraba cómo la presa Valsequillo tenía índices de contaminación tan elevados que era un cuerpo de agua inerte. Dicho embalse de 30 kilómetros cuadrados, se ubica al sur de la ciudad de Puebla y, pese a su grave deterioro, era posible salvarlo por medio de plantas de tratamiento en las desembocaduras de los ríos Atoyac, Alseseca y Chinguiños. Los tres llevan a la presa incontables desechos de poblaciones, campos agrícolas e industrias.
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