Las recientes elecciones en Venezuela han sido calificadas de fraudulentas tanto por el gobierno estadunidense como por la Organización de Estados Americanos (OEA). No podría ser de otra manera, pues el gobierno que lidera Mr. Trump, ha hecho todo lo posible por destruir a ese gobierno, utilizando todos los argumentos y falacias a su alcance, como la de querer mandar “ayuda humanitaria” a un pueblo castigado por la miseria causada por la supuesta ineptitud y corrupción de ese gobierno. ¿Por qué tanto interés en destruir a un gobierno electo democráticamente, cuando históricamente los gobiernos yanquis han apoyado a regímenes golpistas y antidemocráticos, como los de Republica Dominicana (Trujillo), Nicaragua (Somoza) y Chile (Pinochet)? La repuesta es sencilla y obvia: ¡el petróleo! O dicho en forma más explícita: las enormes reservas petroleras de ese país son sumamente apetitosas para el imperio capitaneado desde el Potomac. Y en los tiempos que corren, Mr. Trump y sus admiradores, igual que muchos de sus compatriotas, creen a pie juntillas que la célebre Doctrina Monroe: “América para los americanos” debe traducirse como: “el petróleo bajo la tierra a lo largo y ancho del continente es de nuestra propiedad”.
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