En los primeros años 90, oí a José López Portillo comentar que la mayor satisfacción que tuvo como presidente de México fue tomar la decisión y expedir la orden conducente para que lo que él mismo definió como “aquel ruinoso rincón de maltrechas casas viejas” del Zócalo capitalino, se excavase con gran eficacia a diestra y siniestra, para que le llegara aire puro a lo que quedaba del Templo Mayor: el gran teocalli de los mexicas.
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